¿QUIERES SER INMORTAL?
La búsqueda de la inmortalidad ha intrigado a la humanidad desde tiempos inmemorables. Aunque esta cuestión ha persistido a lo largo de los años, la realidad es que no hay una respuesta objetiva o concreta que respalde la posibilidad de que un ser humano pueda lograr la inmortalidad en el sentido terrenal.
Un ejemplo de la reflexión sobre la inmortalidad se encuentra en las ideas de Platón, quien hablaba de la inmortalidad del alma, la cual concebía que el alma era como una entidad que formaba parte de las ideas eternas. Otros planteamientos de la inmortalidad se dio en la época del Renacimiento, el escritor y filósofo Frances Michel de Montaigne también exploró una teoría fascinante al respecto. Montaigne sugería que la escritura podría servir como un medio para permitir que una persona viva más allá de su existencia física, extendiendo su presencia en el tiempo. Es interesante observar cómo la teoría de la inmortalidad de Michel de Montaigne guarda similitudes con la teoría que estoy presentando en este escrito.
Tengo una perspectiva interesante que sostiene que: la inmortalidad puede alcanzarse de manera temporal, no en cuanto al cuerpo, sino a la esencia que dejamos en este mundo. Esta noción sugiere que, aunque nuestro cuerpo físico desaparezca, nuestra influencia y enseñanzas pueden perdurar mucho tiempo después de nuestra partida.
Consideremos a Aristóteles como ejemplo. Aunque vivió hace muchos años y su cuerpo ya no está presente, su esencia sigue influyendo en las mentes contemporáneas. Su legado persiste a través del tiempo, y sigue siendo citado y recordado como fuente de sabiduría. Aristóteles es solo un ejemplo, porque podemos nombrar a miles personas influentes durante todo el tiempo de la humidad que su esencia sigue danzando con nosotros a pesar de que hace tiempo sus huesos yacen bajo tierra.
Este ejemplo nos lleva a una conclusión sugerente: Si queremos ser inmortales y ganarle la batalla al tiempo, debemos enseñar algo loable. Lo que transmitimos hablará de nosotros después de nuestra muerte, manteniéndonos presentes en esencia incluso cuando nuestro cuerpo físico ya no esté. Como una especia de reconocimiento póstumo. Enseñar algo, por simple que sea, crea un lazo eterno entre nosotros y quienes reciben nuestras enseñanzas.
Más allá de las figuras reconocidas como Aristóteles, Marco Aurelio o Galileo, la inmortalidad también se manifiesta en la cotidianidad. ¿Quién te brindó las lecciones fundamentales, como aprender a andar en bicicleta, leer, pintar, conducir, jugar fútbol o cocinar? Todas estas habilidades tienen un vínculo con individuos comunes que, aunque hayan fallecido, siguen viviendo a través de las lecciones que compartieron contigo.
La conexión entre las personas y sus enseñanzas perdura en actividades simples pero significativas. Cada vez que disfrutas de una deliciosa comida, el recuerdo de la persona que te enseñó la receta revive. Al pintar una pared, se activa la memoria de quien te guió en ese arte. Enseñar a tu hijo a andar en bicicleta evoca la presencia de la persona que te transmitió esa destreza. Un buen libro te transporta al instante en que alguien especial te lo presentó. Cuando te preguntan quién te enseñó a conducir, mencionar esa figura importante en tu vida, como en la película de Pixar «Coco», significa que los seres queridos viven mientras son recordados. Tu inmortalidad se construye a medida que tu esencia perdura gracias al impacto que has dejado en los demás.
Así, la inmortalidad se revela a través de nuestras acciones y enseñanzas. Cada vez que compartimos conocimiento, dejamos una marca imborrable en el mundo, contribuyendo a un legado que se extiende más allá de nuestro tiempo en la Tierra. Todos somos inmortales, y quizás no nos hemos dado cuenta de ello.
¿Quieres ser inmortal? Enseña algo loable y el tiempo te dara el titulo.
David Daniel Prieto.